En estos días se están generando infinitos debates al hilo del informe elaborado por el IEEE (Instituto Español de Estudios Estratégicos) en el que se señalan a las impresoras 3D como factores de riesgo para la seguridad, porque ayudan al tráfico de armas y a la proliferación de armas de destrucción masiva. El informe habla de que se pueden fabricar armas con estas impresoras: armas tradicionales, armas biológicas (con bioimpresoras) y armas nucleares (con impresoras de metal). Lo que está señalando este análisis es que esta tecnología, que gracias a internet y al concepto DIY (do it yourself), es muy accesible, fácil de entender y de utilizar, puede ser una amenaza para la seguridad mundial.
Desde mi punto de vista, el informe tiene toda la razón, pero no hay nada nuevo en el horizonte. Como dice Enrique Vaquero de Makespace Madrid «Los terroristas no necesitan una impresora 3D para fabricar una bomba, les basta un par de cacerolas viejas para hacer la mezcla y nadie se plantea que hay que dejar de fabricar cacerolas». Pues eso, como siempre ha pasado y pasará: la tecnología se utiliza tanto para hacer el bien como para hacer el mal. Todo depende de en qué manos caiga.
Así que la clave de todo está en la educación, como siempre. Educar a los niños en la paz, en la comunidad, en hacer el bien, en convivir, y, por otro lado, construir sociedades igualitarias y democráticas son los únicos mecanismos que, desde mi humilde opinión, podrían servir para combatir la destrucción. Pero no nos engañemos, las guerras han existido siempre y siempre existirán, y la base de las mismas es la violencia que utiliza la tecnología en la competición que lleva a alguno de los bandos a establecerse como el más fuerte.
No nos equivoquemos, la culpa no es de la fabricación digital o de cualquier otra tecnología, es de los hombres que quieren el terror y la muerte. Así que vayamos a por esos hombres, no a por la tecnología, porque si no tendríamos que prohibir hasta los cuchillos de cocina, y quién puede vivir sin un simple cuchillo?
